Una locura incomparable
Por Alejandro Rebossio
No mueve tantos millones de euros como la Champions League. Ni tiene tantos espectadores en el mundo, aunque acumula 1.000 millones de televidentes en todos sus partidos. Sus encuentros quizás no sean tan bellos ni sus futbolistas tan excelentes. Los más habilidosos suramericanos se desempeñan en los clubes europeos. Pero sólo hace falta ir a una cancha donde se dispute la Copa Libertadores de América para darse cuenta de que la locura que desata en los hinchas resulta incomparable.
La Libertadores es una Copa con tradición. Se juega desde 1960 y es el trofeo más importante de Suramérica, al que también se ha sumado México desde la década del 90. Lo han ganado desde el Santos de Pelé y el Estudiantes de Carlos Bilardo y Juan Sebastián Verón hasta el Independiente de Daniel Bertoni y Jorge Burruchaga, el Boca Juniors de Hugo Gatti, Martín Palermo, Carlos Tévez y Román Riquelme, el São Paulo de Cafú y el River Plate de Enzo Francescoli y Hernán Crespo. Pese a que los equipos latinoamericanos sufren sobre todo desde las últimas décadas el éxodo de sus estrellas, ha habido en años recientes destacados campeones de la Libertadores que vencieron a sus pares europeos en la final mundial, como el Boca (en 2000 frente al Real Madrid y en 2003 con el Milan), el São Paulo (en 2005 contra el Liverpool) y el Internacional de Porto Alegre (en 2006 ante el Barcelona).
Para un hincha de un club suramericano, el anhelo es jugar la Libertadores y el desvelo, ganarla. No clasificarse para ella o llevar años sin alzarla los carcome. En tiempos en que muchos países de la región reparten varios títulos nacionales por año, la Copa sigue siendo única, más allá de otros trofeos suramericanos que se han creado. En ella entran en danza no sólo la destreza sino también la garra de los jugadores para ganar fuera de casa, en estadios hostiles. También se ponen en juego los fuertes sentimientos nacionalistas de los países latinoamericanos y las rivalidades internas entre los clubes de cada origen.
Para los futbolistas supone un escaparate para saltar las fronteras de sus países hacia grandes clubes suramericanos, pero sobre todo para cruzar el Atlántico con rumbo a Europa. Marcos Senna, subcampeón de la Libertadores 2002 con el Sâo Caetano, se marchó después al Villarreal. Nilmar, goleador del certamen en 2005 con el Corinthians, también juega en el submarino amarillo. El ecuatoriano Joffre Guerrón, campeón con la Liga de Quito en 2008, fue fichado luego por el Getafe, aunque ahora juega en el Cruzeiro. Keirrison destacó por su actuación con el Palmeiras en la Copa de 2009 y fue comprado por el Barcelona, que lo ha cedido al Benfica. Verón, campeón el año pasado, fue recientemente tentado por el Inter y el Manchester City, pero se quiere quedar en su querido Estudiantes. Regresó de Europa para consagrarse con él y demostró en la última Copa que su magia sigue vigente.
Un caso parecido es el de Riquelme, que se coronó en la Libertadores antes (2000 y 2001) y después (2007) de su paso por el fútbol español. Otros boquenses que levantaron la Copa y después cruzaron el Atlántico fueron Palermo (campeón en 2000, 2001 y 2007, tras su regresó al xeneixe) y Tévez (2003), que ahora brilla en el Manchester City.
En un año de Mundial como 2010, la Libertadores también puede servir a los jugadores como trampolín para ocupar una plaza en las selecciones de sus países. Al año siguiente de consagrarse campeón de América, Tévez integró el seleccionado argentino que ganó los Juegos Olímpicos de Atenas. Luis Fabiano, goleador de la Libertadores en 2004 con el São Paulo (actual atacante del Sevilla), se sumó inmediatamente después al Brasil vencedor de la Copa América. O el ecuatoriano Félix Borja, goleador en 2006 con El Nacional (actual futbolista del Mainz 05 de Alemania), terminó jugando el Mundial de ese año. El escenario está montado. A disfrutarlo y a sufrirlo.
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